Políticas sociales y Trabajo Social ¿Qué hacer cuando no hay consenso en las definiciones?

No me preocupa que no tengamos una definición única de lo que entendemos por Políticas Sociales. Es más, el debate sobre si debemos referirnos en singular o en plural al concepto tampoco me resulta un obstáculo insalvable. Pero sí hay que saber desde dónde se acerca cada quien a los conceptos para entender los contenidos de las definiciones.

Y las Políticas Sociales no son ajenas a este contexto de diferenciación cultural, disciplinaria y de tradición histórica o social. Por eso, cuando no encontramos definiciones que satisfagan el carácter de universidad que pretendemos con los conceptos (y esto es una crítica), solemos plantear las diferentes definiciones y marcar sus diferencias. Y nos quedamos ahí. Es evidente que las Políticas Sociales para algunos son una disciplina autónoma dentro de las Ciencias Sociales, para otros una materia transversal, para otros un conjunto de prácticas y para muchos, el contexto desde el que se articulan los sistemas públicos de protección social.

Para temas tan importantes como los que atañen a las Políticas Sociales debemos buscar una definición que sea operativa y que alcance un consenso de mínimos, que refleje el carácter científico con el que abordar el análisis de la realidad social y además tenga en cuenta su carácter aplicado (acción social) en la consecución de los objetivos de bienestar social.



Así pues cuando no hay consenso en las definiciones, un ejercicio muy interesante consiste en poner en relación los elementos en los que todos los demás coinciden y procurar construir un hilo conductor que nos permita entender en nuestro contexto social, político, económico y cultural, los contenidos de aquello que llamamos Políticas Sociales y cuándo y cómo lo podremos comparar.


El Trabajo Social como disciplina de las Ciencias Sociales y práctica profesional se define en un marco de principios éticos y valores muy claro: el reconocimiento de la dignidad inherente a la Humanidad, la promoción de los Derechos Humanos, la Justicia Social, el derecho de autodeterminación y el derecho a la participación, entre otros (FITS/AIETS, 2018). Estos principios y valores, recogidos en parte ya en la Definición Global del Trabajo Social (IFSW, 2014), se derivan de una forma concreta de entender al ser humano en sociedad (FITS/AIETS, 2018):

“Lejos de ser seres autónomos e independientes según la teoría liberal, como seres humanos todos hacemos parte de la sociedad y dependemos de sus estructuras y convenciones sociopolíticas, económicas y culturales. La vulnerabilidad hace parte de la condición humana. Esto no niega la potestad que tienen las personas de liberarse a ellas mismas a nivel personal y político, y la responsabilidad de los sistemas sociopolíticos, económicos y culturales de asegurar el desarrollo y bienestar” (p.3)

Desde esa perspectiva, la desigualdad económica y social forma parte de la estructura del sistema-mundo capitalista en su dinámica histórica y el empobrecimiento y la exclusión son resultado de la ausencia o del fracaso de mecanismos (incluidas políticas sociales) que permitan atender las consecuencias y orientar el cambio social con criterios de justicia social. Las crisis económicas y sociales como parte de las reglas del juego y la devastación en todos los sentidos que provoca el conflicto armado como resultado de tensiones económicas y culturales entre las diferentes élites (Tortosa, 2001) avisan dramáticamente sobre la necesidad de dar un giro a nuestras sociedades en materia de solidaridad, de protección, de bienestar colectivo, haciendo partícipe a los gobiernos, al sistema político, social y económico en su conjunto, a la ciudadanía, para refundar nuestros Estados.

En muchas ocasiones, estos cambios se emprenden cuando la devastación ya se ha producido, siendo respuesta y propuesta de enmienda, compromiso para que no vuelva a suceder, que poco a poco, se va transformado y desintegrando en esencia. Pensemos en el Estado del Bienestar o en el Tratado de Lisboa o, sin querer ser pesimista, en lo que habrá quedado dentro de una década del programa NextGenerationUE.

Las diferentes maneras en la que la ciudadanía entiende las relaciones sociales, económicas y políticas, están construidas narrativamente a través de la ideología (conjunto de creencias, valores y actitudes que definen una perspectiva y condicionan un sistema de respuestas y conductas sociales e individuales). El papel del neoliberalismo, no sólo como teoría “que exalta la desregulación y la competencia individual como mecanismo de progreso social” (López, 2012: 62), sino también como conjunto de valores dirigidos a atomizar y reducir las relaciones sociales exclusivamente al individuo, ha sido clave para entender la dimensión y gravedad de la crisis de 2008. La reducción drástica del gasto social público por parte de los gobiernos de la mayoría de los Estados que se endeudaron para hacer frente a la reestructuración de sus sistemas financieros y productivos quebrados tras el fraude masivo que tuvo como epicentro la banca de inversión estadounidense en 2007, se justificó y en parte se aceptó socialmente gracias a la retórica neoliberal de la eficacia, del equilibrio presupuestario y del sacrificio necesario para reactivar la economía. El impacto de la “austeridad” incrementando la desigualdad y la pobreza, ha sido constatado como una realidad global (López & Gómez, 2019) a la que el Trabajo Social como disciplina y profesión se está teniendo que enfrentar, planteándose como reto fundamental cómo mejorar los sistemas de bienestar social y hacerlos sostenibles en un entorno cambiante (Gilbert, López & Segado, 2015). Y precisamente en el marco de ese reto, es donde encontramos la necesidad de revisar qué políticas sociales queremos y necesitamos y cómo aportar desde la disciplina y la profesión el conocimiento científico-técnico para ello. Para esto es necesario tratar de llegar a una definición operativa de lo que son las políticas sociales en el contexto actual.

La discusión conceptual sobre qué son las políticas sociales está hoy lejos de cerrarse. Parece difícil encontrar un referente común que satisfaga todas las aristas que se observan al aproximarnos desde diferentes disciplinas y prácticas profesionales. Sin embargo, al margen de si las queremos entender en parte como objeto de estudio de nuestras disciplinas científicas en la rama de las Ciencias Sociales y Jurídicas o como un conjunto de prácticas profesionales que van dirigidas a promover la transformación y el cambio social, lo cierto es que para a una parte amplísima de la ciudadanía lo que implican las políticas sociales está muy cercano a la idea de calidad de vida, de bienestar social,  de protección y, quizás en menor medida, también de derechos.

La habitual confusión entre las políticas sociales y las agendas de los gobiernos y partidos políticos orientadas a hacer efectivos los derechos humanos (incluidos los económicos, sociales y culturales) en el marco de un Estado Social, puede llevarnos a pensar que la “titularidad” de las políticas sociales es exclusivamente pública, cuando esto no es exactamente así.  Esta cuestión es especialmente relevante para el ejercicio del Trabajo Social, pues identificar políticas sociales como el marco normativo, jurídico e institucional en el que se produce la intervención social o desde el que se regulan los recursos convencionales disponibles, restringe el ejercicio de las funciones profesionales.

Es innegable la relación entre las políticas sociales y el desarrollo del Estado Social y más concretamente, con el Estado del Bienestar europeo en la segunda mitad del siglo XX. La proximidad del periodo histórico y la enorme importancia que adquirieron las políticas sociales públicas para consolidar los sistemas de protección y desarrollo social hace que el foco para el análisis de las políticas permanezca en el ámbito de lo público y que la discusión sobre la forma de entender las políticas sociales y los diferentes modelos, también se reduzca en muchos casos a lo que los diferentes gobiernos y parlamentos hacen o legislan en materia “social”.  Como era de esperar, tampoco parece haber un acuerdo sobre lo que se considera “social” en las políticas públicas, dando lugar a un catálogo muy amplio tanto internacional como regional, de políticas públicas generales, transversales, sectoriales…complicando de manera muy clara el ejercicio comparativo entre diferentes sistemas de protección social (Börner, 2020).

En los regímenes de bienestar del sur de Europa (latinos, mediterráneos…), en una dinámica de “ajuste permanente” tras la crisis económica de 2008 y las políticas de austeridad posteriores (Guillén, González-Begega y Luque, 2016: 270)  la idea de que las políticas sociales públicas son casi exclusivamente políticas asistencialistas de servicios sociales no parece haberse abandonado completamente en la práctica si bien hay avances tímidos para ampliar esta concepción y la práctica al marco de los derechos humanos. Lo que parece claro es que, en nuestros marcos de organización social y política, en nuestros sistemas de convivencia, necesitamos herramientas que diseñen, implementen y evalúen acciones orientadas al bienestar social y al ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales de la ciudadanía. 

Llegados a este punto, y tras décadas de producción académica desde diferentes perspectivas sobre qué son las políticas sociales y su relación con el Trabajo Social, quizá sea interesante en el momento actual y por todo lo argumentado anteriormente, una mirada desde el Trabajo Social a lo que deben ser las políticas sociales, a partir de sus propios fundamentos, enfoque disciplinario y práctica profesional. 

Las políticas sociales apuntan hacia el horizonte de desarrollo humano que las sociedades y las personas desean alcanzar y orientan el sentido del cambio social a través de la articulación de todas las herramientas que las personas, la sociedad civil organizada y el Estado disponen; se concretan en normas, planes, programas y proyectos en cuya formulación, implantación y evaluación, se deben aplicar criterios científico-técnicos derivados de la práctica profesional del Trabajo Social y del enfoque disciplinario de las Ciencias Sociales,; y se fundamentan tanto en sus objetivos como en sus aspectos técnicos, en los valores y principios éticos desde los que el Trabajo Social se define.

De esta manera, las políticas sociales dejarían de ser exclusivamente el marco de la intervención social con personas, familias, grupos, comunidades…etc. para ser una herramienta de transformación y cambio en la que hay que incidir desde la propia práctica profesional.


Crisis

Parece claro que los últimos 10 años han puesto de relevancia que la crisis vivida no fue sólo económica. Tenemos la certeza que las causas hay que buscarlas en el contexto de la economía financiera. Pero, ¿es que no tienen nombre y apellidos quienes jugaron al casino financiero y nos hicieron perder a todos?. Sí. Los tienen. Poro a poco hemos ido conociendo las estrategias tanto técnicas y tecnológicas, así como culturales que han hecho posible y justificado la estafa de las hipotecas subprime y del resto de productos financieros tóxicos que quebraron el sistema financiero internacional en 2008. Y aunque existe una dificultad técnica a la hora de que la ciudadanía entienda lo sucedido, es muy sencillo aproximarse a las consecuencias.

La destrucción de empleo y el deterioro de las rentas de los hogares, junto con la reducción de las prestaciones sociales y de los sistemas de protección social, tienen un impacto directo aunque no inmediato sobre la calidad de vida de los ciudadanos y ciudadanas. Frecuentemente nos fijamos en las consecuencias inmediatas pero los cinco años en los que la crisis se ha abierto paso por la sociedad española, nos ha permitido observar indicios de las consecuencias a medio y largo plazo.

Y ahí entran a jugar un papel fundamental las políticas sociales. O la ausencia de éstas. No estamos hablando sólo de la reducción del gasto social (que en el caso de España siempre ha sido más bajo que en la UE). Estamos hablando del cambio en el concepto de "servicios públicos" y centrando el debate en la gestión y en los modelos empresariales a aplicar en los pilares de los sistemas de protección social.

Supongo que a estas alturas ya somos conscientes de la imposibilidad material de volver atrás, aunque sea el deseo generalizado, aunque parezca que es lo que está pasando. Los procesos de cambio social social son muy lentos y tiene más de pasado que del futuro ansiado. Pero en estos momentos, lo que tenemos sobre la mesa es la definición del futuro al que ir. Claro que muchos pensamos que es en el día a día y en el "camino" como vamos construyendo las sociedades, y es cierto, pero no conviene olvidar que el Estado y sus instituciones se transforman muy lentamente en términos de solidaridad y bienestar colectivo.

De momento, tenemos que pensar en el corto plazo. Y éste no es precisamente halagüeño. Y mientras nos hacemos a la idea de que la "década dorada" (1997-2007) en España ha sido un espejismo, descubrimos que ni teníamos unos sistemas de protección social tan desarrollados como creíamos ni tan sostenibles. Es más, nos damos cuenta de lo vulnerables que son nuestros sistemas educativos, sanitarios y el mercado de trabajo a los cambios en los sistemas políticos.

Regular los mercados y la actividades financieras mundiales, transformar el sistema productivo español y cambiar las actitudes y conductas de la población respecto al consumo y al individualismo son las tareas que tenemos por delante y están en las antípodas de los planteamientos actuales de las políticas sociales y económicas de los gobiernos europeos. Creo que casi vamos a tener que resistir los envistes de quienes tendrían que estar protegiéndonos (en sentido amplio) y seguir trabajando cada quien desde nuestros ámbitos de incidencia mientras reconstruimos los Estados desde la sociedad civil. O por lo menos, lo intentamos.

Cuando el feminismo es política

En realidad, el feminismo es siempre política. Los movimientos sociales (con su compleja heterogeneidad) muestran el camino que queda por recorrer, hacen propuestas, definen el sentido del cambio social, se enfrentan al status quo establecido, se contradicen, evolucionan. Sin el movimiento feminista no entenderíamos nuestro presente. Quienes argumentan que el feminismo fracasó, olvidan que el proceso por el que construimos la igualdad entre mujeres y hombres forma parte de los objetivos. Quienes cuestionan los logros del feminismo porque sus integrantes eran mujeres, blancas, universitarias y de clase social alta-media, olvidan la universalización de los derechos para todas las mujeres, la evolución integradora de quienes han ido integrando con posterioridad las filas del feminismo. Quienes no quieren perder su capacidad de someter y dominar prejuzgan y cosifican a las mujeres y sus derechos, intoxican desde los medios de comunicación y sede parlamentaria, construyendo los estereotipos que contribuyen a la desigualdad, educan de forma sexista. Incluso hay quien se dice ser "Feminista conservadora". Bonito oxímoron.

Que no nos avergüence reconocer que el Trabajo Social es feminista. Y que esto no es sólo por las pioneras o la feminización de la profesión. Es por lo que el Trabajo Social es y así queda explícito en su código deontológico, en los principios éticos generales de la profesión y de la disciplina, en su definición global.

Que no nos avergüence que nosotras y nosotros trabajamos para contribuir a la construcción de una sociedad igualitaria, justa y en paz. Y que lo hacemos por convicciones éticas, con las herramientas que tenemos disponibles o con las que inventamos. Que somos política. Y feministas.





España: siempre con matices

Al hacer un poco de historia social, económica y política de España en los últimos 100 años y tratar de compararla con el devenir de nuestras sociedades vecinas, siempre usamos la misma expresión: "En España sucedió algo parecido, pero con muchos matices".

Creo que lo que nos define como sociedad son esos "matices" que al compararnos con nuestros vecinos europeos nos evidencias como "diferentes". Tuvimos reforma liberal (tímida) y restauración borbónica en el XIX, sucesivos intentos de aperturismo social y de aproximación a los modelos de Estado Social al estilo europeo, tuvimos nuestra devastación particular en una Guerra Civil.Y algo parecido ocurrió en Europa.


Pero mientras que algunos países de Europa caminaban en la construcción de las instituciones del Estado de Bienestar  y de una ciudadanía activa tras la II Guerra mundial como forma de construir sociedades pacíficas a futuro (y contra el Estado Socialista, todo hay que decirlo), España se sumía en una dictadura militar que impidió la convergencia con los modelos económicos keynesianos europeos y negó las libertades individuales y colectivas.

Con el paso del tiempo y la utilización del Estado franquista para enriquecer ilegítimente a determinados colectivos y élites, se fue transitando de la represión directa a otra más sutil. Cierto aperturismo económico y un falso "pleno empleo" fue construyendo lentamente una sociedad de consumo en la que era prácticamente imposible la mobilidad social ascendente (sin acceso a la educación, es muy difícil). En este contexto, el Estado franquista no se puede considerar un Estado Social sino más bien un Estado Despótico que transfiere prácticamente toda la responsabilidad sobre el bienestar de sus ciudadanos/as a la beneficiencia realizada por la Iglesia Católica. 

El modelo asistencial franquista, conocido como "corporativismo despótico" va construyendo sistemas de protección social muy débiles y con muy poca participación desde lo público. Políticas Sociales claramente enmarcadas en el Modelo Residual en el que, además, no están reconocidos los derechos individuales ni los colectivos. La Iglesia Católica y la familia tradicional se convierten en los ejes principales de los sistemas de protección social. Un modelo cuyas características nos permiten hoy, décadas más tarde, encontrar explicación a algunas de nuestras "deficiencias" posteriores ya en la etapa constitucional, en lo referente a nuestros sistemas de protección social.


Los cambios sociales son siempre mucho más lentos. Quizás en estos momentos estemos viviendo el fin de la apuesta ideológica por el Estado de Bienestar español (o "latino", como lo llamaron algunos autores) y estemos transitando en lo social como transitamos en lo político hace 30 años. Es posible. Pero la dirección y sentido del cambio, a la luz de las políticas sociales actuales, no parecen muy halagüeñas. Nuevamente nuestra realidad matiza lo que somos: descontento e indignación, pero muchas dificultades para poder construir las alternativas.Veremos.

De modelos y tipologías

Con el Estado del Bienestar nos sucede lo mismo que con otros conceptos; abarca tantos tiempos y espacios que es muy difícil referirnos a una  realidad en concreto. La idea es poder señalar que el Estado del Bienestar es (o ha sido) una opción idelógica en el marco de la intervención del Estado tanto en la economía como en la garantía de sistemas de protección social para los ciudadanos/as y que ha ido cambiando a lo largo del tiempo y de las sociedades.

Entonces, ¿podemos denominar como Estado del Bienestar la manera en que el Estado francés en 1990, por ejemplo, aborda las desigualdades sociales o plantea los seguros sociales? ¿Qué es lo que hace que llamemos "Estado del Bienestar" a unas realidades político-económico-sociales tan diferentes como España en los 90 o Francia en el 2000 o incluso Reino Unido en la actualidad?.


Un material audiovisual interesante sobre esta cuestión puedes visionarlo en este blog.


Si estos son los principio que guían el "Estado de Bienestar", es lógico que se den diferentes formas o modelos del mismo dependiendo de los diferentes contextos, tanto sociales como internacionales, estando sometido en cada momento a elementos de crítica  (ideológica, financiera, de legitimidad social) o a dificultades técnicas en la aplicación de las políticas sociales.

Una clasificación sencilla es la que permite clasificar los diferentes "Estados de Bienestar" en función del alcance de sus servicios y prestaciones. Ambos modelos son "Estados de Bienestar" pero, evidentemente, presentan diferentes puntos de partida y resultados.


¿Cuál es "nuestro" Estado dl Bienestar?. ¿Cuáles son las características del mismo? Hoy por hoy ¿podemos seguir clasificando las políticas sociales de los diferentes Estados europeos dentro de la lógica planteada en a finales de los años 40, o tras la crisis de 1970/80?. La crisis financiera y de empleo de 2008 junto con la reacción neoliberal está cambiando la faz (incluso ideológicamente) de lo planteado hace más de medio siglo atrás, cuando el Estado del Bienestar era una alternativa al Estado Comunista dentro de la lógica capitalista y democrática liberal.



Hasta 2008 encontrábamos muchos puntos en común entre las diferentes implementaciones del "Estado del Bienestar" en los países europeos. Hoy por hoy, no sólo tenemos problemas para financiar los sistemas de protección social (es una cuestión contable). Es que sin empleo (ni pacto capital-trabajo), sin ahorro y con políticas fiscales regresivas, con una ciudadanía fragmentada y con una tradición histórica reciente como la que tenemos en España, creer en el Estado como un garante de los derechos económicos y sociales de la ciudadanía es prácticamente imposible. Y eso es absolutamente dramático.


17 de marzo. Día Mundial del Trabajo Social



Ms Cristina Martins, IFSW Regional President Europe and members of the European Committee: Salome Namicheishvili, Gabriele Stark-Angermeier, Hakan Acar, Josefine Johansson, Fran McDonnall, and Joana Malhiro


Una mirada atrás (respecto al Estado del Bienestar)

A veces es complicado explicar qué es el Estado del Bienestar con términos sencillos y comprensibles. En el contexto académico no debería dar problemas utilizar elementos más abstractos, pero me preocupa el sentir más de la calle en este tema, la "opinión pública", por decirlo así. Creo que una de las debilidades que es aprovechada por los detractores del Estado del Bienestar es precisamente la dificultad para poder explicar de manera sencilla y concreta a qué nos estamos refiriendo. Pues cuando algo es demasiado "complejo", es fácil buscarle las cosquillas y construir una imagen negativa.

Algo similar ha pasado en estos días con mis estudiantes. Ya habíamos trabajado el Estado de Bienestar como una realidad histórica y como forma específica de Estado Social. Sí. Demasiado abstracto. En clase nos centramos en cómo explicarle a alguien que no ha leído a Richard Titmuss qué es el Estado del Bienestar y de qué nos protege.




Y en el momento de analizar desde cuándo ésto es así, tenemos que hacer una parada ineludible en el movimiento obrero. La sindicalización de los/as trabajadores/as es una de las claves para entender el cambio desde el asistencialismo y/o beneficiencia al enfoque desde los derechos. El pacto capital-trabajo fue posible gracias a la regulación del Estado pero sin los sindicatos jamás se hubiese conseguido mejorar las condiciones de trabajo y avanzar en la construcción de un modelo de mercado de trabajo tendente al pleno empleo.



El pacto social implica muchas cosas, incluido el reconocimiento de las necesidades de todas y todos y la diferencia de oportunidades para poder satisfacerlas. Será el reconocimiento sobre el fallo clamoroso de la autoregulación de los mercados (incluidos los de protección social) lo que haga acercar posiciones entre las corrientes ideológicas hegenónicas después de la Segunda Guerra Mundial, haciendo posible algo que en estos momentos nos suena imposible (pero que sabemos que se puede hacer): establecer un consenso de mínimos pensando en las ciudadanas y ciudadanos y sus necesidades.

Cuestiones de Estado

No es conveniente confundir el Estado con las sociedades. El primero es una construcción política fruto de un desarrollo histórico concreto en el que territorio, soberanía, población, aparato administrativo y gobierno convergen. Las segundas, las sociedades, son algo más complejas que la simple organización política de las mismas y contemplan aspectos culturales, formas de producir y distribuir bienes y servicios, instituciones que regulan su funcionamiento, sistemas simples y complejos de control y organización social.

Tanto el Estado como realidad política y las sociedades, se construyen a lo largo del tiempo, cambian, inventan o transforman instituciones, aplican formas de gobierno, adoptan regímenes políticos, los abandonan. En los procesos de transformación de las sociedades es donde encontramos al Estado como el actor fundamental de los sistemas políticos. Y como toda construcción social, ha estado sometida a las idas y venidas propias de las estructuras económicas, sistemas de dominación de clase y étnia.

Entender el actual Sistema Mundial sin los Estados es algo imposible, pero entenderlo sólo como un sistema interestatal es también un error: empresas, unidades supraestatales y una gran cantidad más de actores entran en juego.


Lo parece claro es que no es posible entender el Capitalismo como sistema económico, social y cultural sin el Estado. Éste juega un papel muy importante en la extensión de las formas de dominación en los procesos de colonización (en las Américas primero, África después), generando estructuras políticas que nada tienen que ver con la forma de organzación política que tenían las sociedades en las que se implanta. 


Sin embargo, los procesos de cambio en la concepción de los Estados, nos ha llevado a establecer diferentes tipologías, siempre mirando a Europa o a Occidente en las que el papel del Estado en la economía varía, los derechos civiles se matizan y se incorpora o no al Estado como garante de los sistemas de protección social.

Es cierto que el llamado "Estado del Bienestar" fue una apuesta ideológica. Y no es menos cierto que el llamado "Estado neoliberal" también lo es. Pero ¿hablamos de Estados o de gobiernos de los Estados?. No conviene olvidar esos matices. Así, cada tipo de Estado articula diferentes elementos de los sistemas de protección social pensando en la población que ocupa su territorio siguiendo unos u otros principios ideológicos.



Al final, parece que el mundo que miramos es mucho más subjetivo que lo que podría pensarse desde la racionalidad de la ciencia. Quizá entender la sanidad pública y gratuita como uno de los pilares fundamentales de los sistemas de protección social y que debe ser garantizada por el Estado sea algo relativo a la clase social. Puede ser. Muy frecuentemente olvidamos que las cosas las vemos desde nuestras posiciones y que somos capaces de defenderlas con la ciencia, sin empacho alguno. O con las armas, cosa es que es aún mucho más lamentable.

Un poco de humor no nos vendrá mal para terminar uno tema que al final nos interpela por el papel que cumple la sociedad civil en los procesos políticos al margen del Estado y articulándose en acción política (y transformadora) de la sociedad (a corto plazo) y del propio Estado (medio-largo plazo).



También es política

Darle un vistazo a la prensa de España (con la distancia justa)  es encontrar una sucesión de hechos que no evidencian sino el malestar de la sociedad española ante lo que parece una situación desde la que no vamos a poder retornar.

¿Dónde está el límite? ¿En virtud de qué consignas? ¿Con qué finalidad?.

El límite está el desempleo (y en lo que implica especialmente el desempleo de larga duración); está en el empleo precario o en el subempleo; está en el incremento de la proporción del gasto que los hogares dedican a alimentos en relación al total de su renta; está en la crisis de la vivienda; está en el incremento de la desigualdad económica y social:  está en las circunstancias de la mayoría.

Las respuestas ante el fracaso de las políticas económicas neoliberales por parte de los Estados de la Unión Europea, han sido más  que equivocadas. ¿Cómo se puede responder con las mismas recetas que han causado el problema?.  No parece lógico. A no ser...que la consigna sea derivar los pocos recursos públicos generados por el trabajo de los ciudadanos y ciudadanas al sector privado. Pero, ¿con qué finalidad?. Es una pregunta retórica

El discurso: crecimiento económico, creación de empleo, reducción del déficit,  mejora de las condiciones de vida de las personas.

Lo que sucede: incremento de la tasa de ganancia de las empresas, reestructuración del sistema bancario deteriorado por la crisis financiera, reducción del gasto público (en especial del gasto social -educación, sanidad, justicia, servicios sociales-), ¿la mejora de las condiciones de vida de las personas?.

Ahora la pregunta es, ¿se puede hacer otra cosa?. Claro que sí. Porque si no puede ser, todos aquéllos que aún creen en la soberanía del Estado deberían inmediatamente dejar de creer en ello y abrazar la soberanía del capital.  Pero ¿son suficientes las políticas económicas desde el enfoque regulacionista?.  Parece que el problema sigue siendo el mismo. No parecen sensatas las recetas cocinadas en el New York Times para los países de la semiperiferia.

Estamos en el momento en el que la coyuntura parece mandar. Estaría bien intentar alejarse un poco. Los gobiernos de los Estados no están atados de pies y manos, pero pueden hacerse pasar por víctimas del contexto y gobernar con mano de hierro contra unos muchos y a favor de unos cuantos. Y eso, también es política.