Políticas sociales y Trabajo Social ¿Qué hacer cuando no hay consenso en las definiciones?

No me preocupa que no tengamos una definición única de lo que entendemos por Políticas Sociales. Es más, el debate sobre si debemos referirnos en singular o en plural al concepto tampoco me resulta un obstáculo insalvable. Pero sí hay que saber desde dónde se acerca cada quien a los conceptos para entender los contenidos de las definiciones.

Y las Políticas Sociales no son ajenas a este contexto de diferenciación cultural, disciplinaria y de tradición histórica o social. Por eso, cuando no encontramos definiciones que satisfagan el carácter de universidad que pretendemos con los conceptos (y esto es una crítica), solemos plantear las diferentes definiciones y marcar sus diferencias. Y nos quedamos ahí. Es evidente que las Políticas Sociales para algunos son una disciplina autónoma dentro de las Ciencias Sociales, para otros una materia transversal, para otros un conjunto de prácticas y para muchos, el contexto desde el que se articulan los sistemas públicos de protección social.

Para temas tan importantes como los que atañen a las Políticas Sociales debemos buscar una definición que sea operativa y que alcance un consenso de mínimos, que refleje el carácter científico con el que abordar el análisis de la realidad social y además tenga en cuenta su carácter aplicado (acción social) en la consecución de los objetivos de bienestar social.



Así pues cuando no hay consenso en las definiciones, un ejercicio muy interesante consiste en poner en relación los elementos en los que todos los demás coinciden y procurar construir un hilo conductor que nos permita entender en nuestro contexto social, político, económico y cultural, los contenidos de aquello que llamamos Políticas Sociales y cuándo y cómo lo podremos comparar.


El Trabajo Social como disciplina de las Ciencias Sociales y práctica profesional se define en un marco de principios éticos y valores muy claro: el reconocimiento de la dignidad inherente a la Humanidad, la promoción de los Derechos Humanos, la Justicia Social, el derecho de autodeterminación y el derecho a la participación, entre otros (FITS/AIETS, 2018). Estos principios y valores, recogidos en parte ya en la Definición Global del Trabajo Social (IFSW, 2014), se derivan de una forma concreta de entender al ser humano en sociedad (FITS/AIETS, 2018):

“Lejos de ser seres autónomos e independientes según la teoría liberal, como seres humanos todos hacemos parte de la sociedad y dependemos de sus estructuras y convenciones sociopolíticas, económicas y culturales. La vulnerabilidad hace parte de la condición humana. Esto no niega la potestad que tienen las personas de liberarse a ellas mismas a nivel personal y político, y la responsabilidad de los sistemas sociopolíticos, económicos y culturales de asegurar el desarrollo y bienestar” (p.3)

Desde esa perspectiva, la desigualdad económica y social forma parte de la estructura del sistema-mundo capitalista en su dinámica histórica y el empobrecimiento y la exclusión son resultado de la ausencia o del fracaso de mecanismos (incluidas políticas sociales) que permitan atender las consecuencias y orientar el cambio social con criterios de justicia social. Las crisis económicas y sociales como parte de las reglas del juego y la devastación en todos los sentidos que provoca el conflicto armado como resultado de tensiones económicas y culturales entre las diferentes élites (Tortosa, 2001) avisan dramáticamente sobre la necesidad de dar un giro a nuestras sociedades en materia de solidaridad, de protección, de bienestar colectivo, haciendo partícipe a los gobiernos, al sistema político, social y económico en su conjunto, a la ciudadanía, para refundar nuestros Estados.

En muchas ocasiones, estos cambios se emprenden cuando la devastación ya se ha producido, siendo respuesta y propuesta de enmienda, compromiso para que no vuelva a suceder, que poco a poco, se va transformado y desintegrando en esencia. Pensemos en el Estado del Bienestar o en el Tratado de Lisboa o, sin querer ser pesimista, en lo que habrá quedado dentro de una década del programa NextGenerationUE.

Las diferentes maneras en la que la ciudadanía entiende las relaciones sociales, económicas y políticas, están construidas narrativamente a través de la ideología (conjunto de creencias, valores y actitudes que definen una perspectiva y condicionan un sistema de respuestas y conductas sociales e individuales). El papel del neoliberalismo, no sólo como teoría “que exalta la desregulación y la competencia individual como mecanismo de progreso social” (López, 2012: 62), sino también como conjunto de valores dirigidos a atomizar y reducir las relaciones sociales exclusivamente al individuo, ha sido clave para entender la dimensión y gravedad de la crisis de 2008. La reducción drástica del gasto social público por parte de los gobiernos de la mayoría de los Estados que se endeudaron para hacer frente a la reestructuración de sus sistemas financieros y productivos quebrados tras el fraude masivo que tuvo como epicentro la banca de inversión estadounidense en 2007, se justificó y en parte se aceptó socialmente gracias a la retórica neoliberal de la eficacia, del equilibrio presupuestario y del sacrificio necesario para reactivar la economía. El impacto de la “austeridad” incrementando la desigualdad y la pobreza, ha sido constatado como una realidad global (López & Gómez, 2019) a la que el Trabajo Social como disciplina y profesión se está teniendo que enfrentar, planteándose como reto fundamental cómo mejorar los sistemas de bienestar social y hacerlos sostenibles en un entorno cambiante (Gilbert, López & Segado, 2015). Y precisamente en el marco de ese reto, es donde encontramos la necesidad de revisar qué políticas sociales queremos y necesitamos y cómo aportar desde la disciplina y la profesión el conocimiento científico-técnico para ello. Para esto es necesario tratar de llegar a una definición operativa de lo que son las políticas sociales en el contexto actual.

La discusión conceptual sobre qué son las políticas sociales está hoy lejos de cerrarse. Parece difícil encontrar un referente común que satisfaga todas las aristas que se observan al aproximarnos desde diferentes disciplinas y prácticas profesionales. Sin embargo, al margen de si las queremos entender en parte como objeto de estudio de nuestras disciplinas científicas en la rama de las Ciencias Sociales y Jurídicas o como un conjunto de prácticas profesionales que van dirigidas a promover la transformación y el cambio social, lo cierto es que para a una parte amplísima de la ciudadanía lo que implican las políticas sociales está muy cercano a la idea de calidad de vida, de bienestar social,  de protección y, quizás en menor medida, también de derechos.

La habitual confusión entre las políticas sociales y las agendas de los gobiernos y partidos políticos orientadas a hacer efectivos los derechos humanos (incluidos los económicos, sociales y culturales) en el marco de un Estado Social, puede llevarnos a pensar que la “titularidad” de las políticas sociales es exclusivamente pública, cuando esto no es exactamente así.  Esta cuestión es especialmente relevante para el ejercicio del Trabajo Social, pues identificar políticas sociales como el marco normativo, jurídico e institucional en el que se produce la intervención social o desde el que se regulan los recursos convencionales disponibles, restringe el ejercicio de las funciones profesionales.

Es innegable la relación entre las políticas sociales y el desarrollo del Estado Social y más concretamente, con el Estado del Bienestar europeo en la segunda mitad del siglo XX. La proximidad del periodo histórico y la enorme importancia que adquirieron las políticas sociales públicas para consolidar los sistemas de protección y desarrollo social hace que el foco para el análisis de las políticas permanezca en el ámbito de lo público y que la discusión sobre la forma de entender las políticas sociales y los diferentes modelos, también se reduzca en muchos casos a lo que los diferentes gobiernos y parlamentos hacen o legislan en materia “social”.  Como era de esperar, tampoco parece haber un acuerdo sobre lo que se considera “social” en las políticas públicas, dando lugar a un catálogo muy amplio tanto internacional como regional, de políticas públicas generales, transversales, sectoriales…complicando de manera muy clara el ejercicio comparativo entre diferentes sistemas de protección social (Börner, 2020).

En los regímenes de bienestar del sur de Europa (latinos, mediterráneos…), en una dinámica de “ajuste permanente” tras la crisis económica de 2008 y las políticas de austeridad posteriores (Guillén, González-Begega y Luque, 2016: 270)  la idea de que las políticas sociales públicas son casi exclusivamente políticas asistencialistas de servicios sociales no parece haberse abandonado completamente en la práctica si bien hay avances tímidos para ampliar esta concepción y la práctica al marco de los derechos humanos. Lo que parece claro es que, en nuestros marcos de organización social y política, en nuestros sistemas de convivencia, necesitamos herramientas que diseñen, implementen y evalúen acciones orientadas al bienestar social y al ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales de la ciudadanía. 

Llegados a este punto, y tras décadas de producción académica desde diferentes perspectivas sobre qué son las políticas sociales y su relación con el Trabajo Social, quizá sea interesante en el momento actual y por todo lo argumentado anteriormente, una mirada desde el Trabajo Social a lo que deben ser las políticas sociales, a partir de sus propios fundamentos, enfoque disciplinario y práctica profesional. 

Las políticas sociales apuntan hacia el horizonte de desarrollo humano que las sociedades y las personas desean alcanzar y orientan el sentido del cambio social a través de la articulación de todas las herramientas que las personas, la sociedad civil organizada y el Estado disponen; se concretan en normas, planes, programas y proyectos en cuya formulación, implantación y evaluación, se deben aplicar criterios científico-técnicos derivados de la práctica profesional del Trabajo Social y del enfoque disciplinario de las Ciencias Sociales,; y se fundamentan tanto en sus objetivos como en sus aspectos técnicos, en los valores y principios éticos desde los que el Trabajo Social se define.

De esta manera, las políticas sociales dejarían de ser exclusivamente el marco de la intervención social con personas, familias, grupos, comunidades…etc. para ser una herramienta de transformación y cambio en la que hay que incidir desde la propia práctica profesional.


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